lunes, 17 de marzo de 2014

"Erradicación de las causas profundas de la violencia de género" Consuelo Barea

Consuelo Barea

Artículo de Consuelo Barea, publicado en Catalunya Plural

Lidia Falcón ha presentado su último libro “Los Nuevos Machismos” [1] que recomiendo encarecidamente por su lucidez y valentía para exponer lo acaecido al feminismo y a las mujeres en los últimos años. Uno de los puntos que desarrolla, clave para entender las verdaderas causas de la pervivencia de la violencia de género, es el hecho de que la estructura económica de la sociedad está basada en el modo de producción doméstico:
Sin que las mujeres reproduzcan hijos, los amamanten y limpien, alimenten, y cuiden a sus familiares, es imposible que el país se mantenga. Y con eso cuenta el capitalismo, que recibe la fuerza de trabajo en mejores condiciones y más barata, gracias al trabajo gratuito de las mujeres, que se convierten así en la clase económica y social más explotado.
Es urgente que los estados asuman la tarea de la socialización del trabajo doméstico, y esa socialización no es precisamente poner parches al problema con falsas soluciones como aumentar a cuatro meses los permisos de paternidad. Falcón explica la falacia de:
…que las empresas tendrían la misma motivación para contratar mujeres que hombres, dado que el inconveniente alegado por el empresario para no desea emplear mujeres, es el de que éstas abandonan el trabajo durante cuatro meses al dar a luz. Nadie en su sano juicio piensa que con cuatro meses se ha criado un hijo o una hija, y todo el mundo sabe que después de ese plazo quien va a llevarlo a la guardería, a la escuela, al pediatra, al dentista, al gimnasio, al hospital… será la madre, en los 15 años siguientes.
Pedir ese permiso de cuatro meses para el padre es privatizar la responsabilidad de proteger la maternidad y el trabajo de las mujeres:  
Socializar significa crear las instituciones públicas que tengan la responsabilidad de ocuparse de determinadas tareas imprescindibles para el mantenimiento de una sociedad moderna. Que los hombres se ocupen de tareas domésticas en el interior de sus casas no tienen nada que ver con la socialización del trabajo doméstico, como tampoco que las abuelas se ocupen de los nietos... El cumplimiento de estas tareas por parte de madres, padres, abuelos….en el hogar familiar, sigue perteneciendo al ámbito de lo privado, que es precisamente lo antitético de lo socializado.
No se trata de que cada familia administre su tiempo como pueda para cuidar a su niño o a su niño, se trata de que haya servicios colectivos atendidos por personal especializado y preparado para ello, hombres y mujeres que según los principios democráticos y laicos de nuestro ordenamiento legal, se ocupen de la socialización del niño desde el nacimiento hasta el final de su inscripción. De la misma forma que desde finales del siglo XIX se están reclamando que sean públicos muchos de los servicios que presta la familia: lavanderías, comedores populares, pediátricos, etcétera. Eso es la socialización del trabajo doméstico y no pagarles a los padres permisos de cuatro meses después del nacimiento del bebé. La socialización del individuo es tarea colectiva en instituciones colectivas, y lo demás es apoyar la ideología liberal de lo privado.
Al igual que Falcón, otra renombrada jurista americana, Martha Fineman, conocida internacionalmente por sus investigaciones Feminism and Legal Theory Project, aboga por un estado y un mercado más responsables de los dependientes y sus cuidadores. Introduce el concepto de vulnerabilidad universal. Explica cómo los teóricos liberales nos presentan como prototipo humano a alguien autosuficiente, ambicioso y competitivo, pero somos seres vulnerables y dependientes la mayor parte de nuestra existencia: de niños, de ancianos, cuando enfermamos, cuando somos pobres, cuando estamos sometidos a la violencia, a la soledad, al duelo, al abuso de poder… El liberalismo deja la solidaridad para el ámbito privado (familias y asociaciones cívicas y religiosas). No se contemplan los casos en que la solidaridad no existe o no es suficiente, ni el sacrificio sin compensación económica, lastre que los privilegiados no estarían dispuestos a asumir.
Existen unas dependencias inevitables por disminución de autonomía o de oportunidades (infancia, vejez, enfermedad, crisis económica, catástrofe…), o por discriminación o violencia (prejuícíos socíales, racíales, sexístas, relígiosos…). Y también existe una dependencia derivada de la tarea de cuidado, que recae casi siempre en las mujeres, actividad fundamental para el progreso de la sociedad. Las personas que cuidan a dependientes son a su vez dependientes de los recursos que permiten dispensar con éxito esa atención. Esta dependencia generalmente no la experimentan los hombres, evitan asumir la responsabilidad por el cuidado de niños, ancianos o enfermos. En ello influyen las normas patriarcales no escritas por las que el rol de cuidador (dependiente derivado), lo definen y asignan las estructuras culturales, ideológicas y jurídicas a aquellos que se supone deben asumir el trabajo de cuidar a los que no pueden cuidar de sí mismos. Ambas dependencias son relegadas a la familia y, por lo general dentro de la familia, a las mujeres en sus roles de madres, esposas, hijas, etc.
El estado necesita que las cargas y las responsabilidades asociadas con la dependencia sean asumidas por una familia auto-suficiente de estructura patriarcal, que cuide de sus personas dependientes, con un reparto ideal de las tareas al 50% en la pareja, y trabajando ambos (pero los hombres no hacen su 50%, hay divorcios , nacimientos fuera del matrimonio, los trabajos no están diseñados para dar cabida a la maternidad, las mujeres ganan menos y tienen menos oportunidades…).
La dependencia inevitable es ignorada de una forma o de otra por el Estado, se entiende como algo episódico, o como un cambio gradual en el curso de la vida de un individuo. En cuanto a la dependencia derivada, es convenientemente desestimada por el igualitarismo liberal por considerarse consecuencia de una elección individual y responsabilidad de la propia persona. Los que toman el papel cuidador han optado por hacerlo y no deben quejarse de su situación o esperar que otros subvencionen sus opciones. Esta reacción refleja la tradicional división entre lo público y privado, que ha permitido a muchos estudiosos importantes eludir cuestiones difíciles y potencialmente perjudiciales para su teoría. Por lo tanto mediante la familia, la dependencia se vuelve invisible, puede ser cómodamente privatizada y se asume erróneamente que es gestionada adecuadamente por la inmensa mayoría de la gente. [2]
Tanto el estado como el mercado laboral cosechan los beneficios que produce el trabajo de cuidado a dependientes (y no dependientes), en las formas de reproducción y regeneración de la sociedad. Los beneficios económicos de una institución o empresa son posibles gracias a una combinación de contribuciones: la familia y el trabajo de cuidadores, la productividad del trabajo y la inversión de capital.Hay responsabilidades derivadas de la obtención de beneficios como una distribución más equitativa de la responsabilidad de la dependencia, valorando el trabajo de los cuidadores y considerándolos como socios en la productividad y generadores de riqueza.
Las contribuciones de los trabajadores y cuidadores no sólo han sido seriamente infravaloradas, sino que también acumulan penalizaciones en un sistema que privilegia las contribuciones económicas por encima de las físicas, materiales, emocionales e intelectuales, un sistema queignora los costos añadidos al trabajo, así como los beneficios producidos por el trabajo no empresarial, tanto para las instituciones del Estado y como para las del mercado. [3]   
Debería aplicarse la justicia como solidaridad a la estructura básica de la sociedad. El discurso igualitario debe estar anclado en una auténtica comprensión de la condición humana, en la que todos somos vulnerables y dependientes, no en falsas suposiciones como que las capacidades son equivalentes y constantes entre los individuos. El Estado tiene la obligación de no privilegiar a ningún grupo de ciudadanos sobre los demás, de acometer una acción afirmativa que estructure las condiciones de igualdad, y no sólo evite la discriminación:
…Debe desmontar las relaciones institucionales que privilegian indebidamente las circunstancias de algunos trabajadores mientras toleran las desventajas estructurales con los que otros lidian a diario. Mi conclusión final es que los intentos de reforma hacia la igualdad de género en el ámbito familiar, fallarán sin las correspondientes adaptaciones, incluidos los ajustes estructurales complementarios, del estado y de las instituciones del mercado[4]
Es imposible una igualdad de género en el ámbito familiar sin una socialización del trabajo doméstico y el cuidado a dependientes. La violencia de género es una violencia instrumental, que mantiene a la mujer asumiendo un trabajo que corresponde al estado y al mercado, beneficiarios ambos de la donación de la vida de las mujeres. Donación no tan libre como la ideología liberal nos quiere hacer ver.
Acabo observando la coincidencia fundamental entre las tesis de estas dos grandes pensadoras. Dice Falcón:
Ninguna de las medidas cautelares y educativas que tanto los profesores progresistas como la ley de violencia intentan implantar, erradica el problema. Éstas medidas están basadas en la penalización del delito y la prevención mediante la educación, lo que supone confiar en el cambio de actitudes y hábitos mediante la transformación de los individuos. Es decir, sin tomar en consideración las causas materiales de la violencia.

Es lógico que los estados, y todos son patriarcales, se nieguen a reconocer la explotación económica de las mujeres como causa fundamental de la violencia machista. Así como el burgués debe negar la existencia de la lucha de clases, el hombre debe negar el rendimiento económico que el trabajo gratuito de la mujer le proporciona. Las medidas, por tanto, que ese mismo estado debería aplicar para acabar con la explotación femenina constituye una transformación rotunda del mismo.
Mientras el modo de producción doméstico subsista como fundamento del capitalismo, el trabajo doméstico realizado en el seno de la familia sea imprescindible para el mantenimiento de la sociedad, las mujeres permanecerán adscritas al mismo, trabajen o no, además asalariadamente y destinadas, por su especialidad reproductora, no sólo a la fabricación de niños, sino también a su manutención y cuidado durante los años de juventud de su vida, de modo que les será imposible invertir en su propia formación profesional su mayor capacidad física y mental. Ello seguirá, inevitablemente, apartándolas del mercado de trabajo y de los puestos de poder tanto en la economía como en la política.
Y mientras la estructura familiar se mantenga en las mismas condiciones, como unidad económica en la cual la mujer es el sujeto trabajador, cuya actividad en el trabajo doméstico y en la reproducción proporciona un enorme beneficio social, sin que sea retribuido y ni siquiera reconocido, no debemos contar con que la violencia machista se erradique de nuestras sociedades.
El cambio que requiere nuestra sociedad es mucho más profundo que una ley, una asignatura o un permiso de paternidad. La socialización del trabajo doméstico y a dependientes, esa es la necesaria revolución feminista.
Post publicat a Dones en xarxa

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