En fecha 19 de abril de 2012, la novelista y catedrática de
literatura española de la Universidad Autónoma de Barcelona Carme Riera ha sido
elegida para ocupar el sillón “n” de la Real Academia Española. Vayan por
delante mis felicitaciones más sinceras a la escritora mallorquina, a quien
considero una de las personas más cualificadas para formar parte de la Real
Academia de la Lengua, así como una de las autoras señeras de la literatura
catalana (aunque la crítica insista en equipararla siempre con sus pares
femeninas y jamás con los masculinos, cosa que el común de los mortales –entre
los que me incluyo- sin duda no entiende, sobre todo teniendo en cuenta que es
autora de más de una veintena de libros, algunos de los cuales han merecido
preciados galardones).
Nadie ignora que la Real Academia es una institución que no
destaca precisamente por su afición a admitir señoras en sus filas, sin duda en
un intento por permanecer fiel al año de su fundación, 1713, fecha en que se
promulgó en España la ley sálica que prohibía el acceso de las mujeres al trono
caso de existir herederos varones, ley por cierto aún vigente. Que en dicha fecha
naciera por su parte el ilustrado Diderot,
feminista avant la lettre, está visto que poco influyó en el espíritu de
la institución, que arrastra una larga y ultrajante historia de machismo que la
asemeja a un club de caballeros al más rancio estilo anglosajón (de esos en los
que abundan las corbatas y los puros, las dentaduras postizas y algún que otro
braguero inguinal).
Dicho eso, está claro que todo intento por mitigar la flagrante
desigualdad de género que la RAE ostenta sea digno de aplauso, aunque quepa
recordar que esta nueva y magnífica incorporación ha tenido lugar apenas un mes
después de que la Real Academia encendiera todas las alarmas (me refiero por
supuesto a las alarmas del progresismo) con un informe en el que, lejos de
agradecer el trabajo realizado por las guías para un lenguaje no sexista (clara
aportación de la sociedad civil a una demanda real y creciente), se las cargaba
tachándolas de ineptas e indocumentadas, amén de acusarlas de atentar
gravemente contra los principios de la gramática y de dar la tabarra con las
formas dobles: ¿por qué decir “padres y madres” pudiendo decir “padres”,
“escritoras y escritores “ pudiendo decir “escritores”? ¡Qué ganas de
complicarlo todo tienen siempre las feministas, con lo fácil que es callar y obedecer
los dictados de los sabios patriarcas!
A muchos nos alegró entonces que la RAE se dignara descender a la
arena pública desde su torre marfileña, o lo que es lo mismo, desde la sede
colindante al Retiro que inauguró en su día Alfonso XIII. ¿Eran pues conscientes
sus miembros de que tal como está fijada nuestra lengua no sirve a los mínimos
de la igualdad de género? Ni de lejos. En el informe en cuestión su autor, el
Sr. Ignacio Bosque,
no afirmaba precisamente enmendarle la plana a las igualitarias guías para
anunciar la inminente renovación por parte de la RAE de la lengua española en
aras a convertirla en una lengua moderna e igualitaria. Rien de rien.
Una vez lanzada la piedra (en forma de lluvia de pedruscos contundentes), el
académico se replegaba tan tranquilamente a sus cuarteles de invierno, en
compañía sin duda de Nebrija. A la lengua que late en las plazas, viva y
efervescente, tan necesaria para propiciar la convivencia de unos y otras,
instrumento primordial de entendimiento y diálogo, que le den. Eso sí, a modo
de propina se permitía la condescendencia de afirmar: “Es necesario extender la
igualdad social de hombres y mujeres, y lograr que la presencia de la mujer en
la sociedad sea más visible”. ¿Cómo, a golpe de obsoleto mandoble lingüístico?
¿Anunciaba el Sr. Bosque
con su apaciguadora frasecita la entrada inminente de otra
mujer, tal como ha tenido lugar, en la rígida institución? Pudiera ser. Lo que
es evidente es que la RAE va más deprisa adaptándose a paso de caracol a la
igualdad que se vive en las calles que a la lengua que en ellas, a partes
iguales, se enriquece y desgasta. ¿Aspira la RAE a perpetuar en su diccionario
el carpetovetonismo (palabra que existe pero la RAE no registra) avalándolo en
años futuros mediante académicas con falda y escote? Es probable, pues no veo
por ningún lado visos de querer transformar nuestra lengua en un español más
igualitario. Y aunque la 23ª edición parece que está al caer, a modo de cata no
puedo evitar la tentación de citar un ejemplo tomado casi al azar de su 22ª
edición (la más reciente). CORNUDO: “2. Dicho del marido. Cuya mujer le ha
faltado a la fidelidad conyugal” ¿Y si el tal marido está unido
sentimentalmente a otro caballero y le pone unos cuernos gigantescos, qué
nombre recibe? Por no hablar de que el diccionario de la RAE todavía no recoge
una palabra tan gastada por el uso como “puta”, que todos sin excepción aceptamos como
sinónimo peyorativo de prostituta, cosa que sí hace, acertadamente, el María
Moliner. Y pensar que a la laboriosa lexicógrafa no la quisieron en la Real
Academia… Como ven, a la RAE le urge un buen vendaval de aire fresco.
Que Carme
Riera pase a ser la sexta mujer en la Academia es, por
supuesto, un paso adelante para una RAE que aspire a estar en consonancia con
los tiempos. Se codeará con Ana
María Matute (ya algo achacosa), Carmen Iglesias, Margarita Salas,
Soledad Puértolas e
Inés Fernández-Ordóñez (la más joven). Será pues la sexta de un
total de ocho, si contamos a las otras dos que en un momento u otro formaron
parte de la institución, Elena
Quiroga y Carmen
Conde, quien fuera la primera en ingresar, allá por un no muy
lejano 1978 (aunque pronunciara su discurso de ingreso en enero de 1979). Por cierto
que 1978 no es una fecha cualquiera, sino la de la proclamación de la
Constitución española, que en su Capítulo II, Artículo 14, reza: “Los españoles
son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por
razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o
circunstancia personal social”. Y en el Artículo 23 del mismo capítulo:
“Asimismo, tienen derecho a acceder en condiciones de igualdad a las funciones
y cargos públicos, con los requisitos que señalan las Leyes”. Así pues, ¿por
qué no iba a entrar en la RAE en tan significada fecha una persona de “sexo”
distinto al masculino, tan preparada como sus colegas varones? Lástima que
desde aquel año no se adoptara la paridad para ir renovando el equipo que “limpia,
fija y da esplendor” a nuestra lengua común.
Si hacemos cuentas y partimos de que han pasado por la Academia
460 académicos de número (hay otras categorías de menor importancia que no
incluyo en el recuento), de entre los cuales ha habido solamente 8 mujeres,
obtenemos un espeluznante… ¡1,7%! Algo sólo comparable sin duda con el
porcentaje de presencia femenina en el ejército. En ambos casos inclina la
balanza de la desigualdad el lastre histórico, y en concreto las
incorporaciones femeninas a la RAE corresponden a las últimas tres décadas,
¡cuando la RAE cumplirá el año que viene tres siglos de historia! En lo que
respecta a la cifra actual, tranquiliza algo más, aunque es a todas luces muy
insuficiente: de los 43 académicos con que cuenta hoy (incluidos Riera y otro que aún
no ha tomado tampoco posesión), como hemos dicho 6 son mujeres, lo que
significa un 13’9%. Llegar al 50% va a ser una tarea lenta, pues allí los
cargos, recordémoslo, son vitalicios y es evidente que les deseamos a los
académicos que podrían ser sustituidos por nuevas académicas larga vida.
La curiosidad me puede y me pregunto si cuando Carmen Conde ingresó
en la RAE existían los lavabos de señoras en la institución aledaña al Paseo de
Prado o se construyeron especialmente para ella. Ignoro el dato, aunque de lo
que estoy convencida es que con lavabos de señoras o sin ellos Carmen Conde debió de
sentirse en los conciliábulos propios de su cargo como un pulpo en un garaje;
una sensación sin duda muy similar a la de las primeras mujeres que en 1910,
cuando se suprimieron los obstáculos legales para su acceso a la educación
superior, ingresaron con pleno derecho en la universidad. No cuenta que en 1841
Concepción Arenal,
vestida con atuendo masculino, entrara como oyente en la entonces Facultad de
Derecho de Madrid. Ella sí que tuvo que servirse, le gustara o no, de los
lavabos de caballeros… Es de esperar que Carme
Riera se encuentre a partir de ahora en la RAE más cómoda que
su tocaya pionera, aunque con cierta malicia podemos imaginar a las señoras por
un lado y a los caballeros por otro, como en aquellas sobremesas de antaño en
las que ellos arreglaban el mundo, copa en mano, mientras ellas aguardaban en
la sala de al lado, entre chácharas dicen que triviales.
Pero hay dos razones fundamentales que hacen que la elección de Carme Riera sea un
doble acierto, al margen de su incontestable solvencia profesional. Por un lado
ha sido escogida en una candidatura compartida con la poeta malagueña María Victoria Atencia,
sin duda de gran valía, mas octogenaria, lo que la hubiera convertido en una
académica a todas luces testimonial. Si se quiere agradecer la abnegada
dedicación de alguien a las letras, mejor hacerlo con premios económicamente
bien dotados que con cargos en instituciones donde hay que picar piedra. Riera
sí puede hacer grandes aportaciones, estoy segura. Por otro lado, entre una
mayoría de académicos monolingües, nos hallamos ante una futura académica
bilingüe; como ha reseñado la prensa “una estudiosa de la literatura española que
es también una escritora en lengua catalana”. Un valor añadido que puede serle
tremendamente útil a una institución donde la presencia de catalanoparlantes es
muy reducida, y qué no decir de la de catalanoescribientes, hasta ahora casi
inexistente a excepción de Martín
de Riquer y Gimferrer.
La presencia de Riera
tal vez contribuya a introducir en el español oficial los frutos de esa
“dualidad cultural y lingüística de Cataluña, que tanto preocupa”, a que hizo
referencia Juan Marsé en
su discurso de recepción del Premio Cervantes.
Es pues mucho lo que puede ofrecer a la RAE esta catedrática de
literatura medieval, estudiosa de la literatura contemporánea y autora de
ficción notabilísima. No sé si podrá hacer algo a favor de la
“desandrocentrización” de la lengua española (término que está claro jamás
entrará en el Diccionario de la RAE), aunque ya me parece mucho que haya
anunciado que su discurso de ingreso posiblemente versará sobre otra mujer
escritora. Cuando le llegó el turno a Soledad
Puértolas esta glosó los personajes secundarios del Quijote,
que no dudo que sean interesante, pero que acaso sean eso, secundarios. Riera ha añadido
también que es un honor ser la sexta académica y que espera que, tras ella,
"lleguen otras muchas más".
En cuanto a las cuotas…, ahí la cosa se complica. Todas las
mujeres reniegan de las cuotas cuando alcanzan un cargo elevado, como era de
esperar y como hizo la misma Puértolas,
que recién elegida ya proclamaba aborrecerlas como si las cargara el diablo. Riera en eso no ha
sido distinta. Así, la prensa escrita recogía su convencimiento de que la Real
Academia Española "no debe funcionar por cuotas", aunque afirmaba
estar a favor de que las instituciones "se abran a las mujeres que tengan
cos
as que aportar" y, en el campo de la literatura, especificaba,
"hay muchas en este país". "No
estoy a favor de las cuotas porque tampoco me gustaría que algún día me dijeran
que entré por ellas", afirmaba Riera. Me consta que Carme Riera es una
persona muy bien educada y no va a empezar escupiendo a la cara de sus
anfitriones, acusándolos de machistas de mierda y diciéndoles que si no fuera
por las cuotas (reales o invisibles, preceptivas o facultativas) ella no
estaría allí, a punto de ingresar en la prestigiosa Real Academia de la Lengua.
Aun así, ¿por qué tanta manía a las cuotas? Han funcionado de
maravilla en la política (haciendo que una foto de los escaños de cualquier
sede parlamentaria española ya no de vergüenza ajena). En fechas muy recientes
de la mano de Viviane
Reading, gran mujer, la Eurocámara ha urgido a la Comisión
Europea a imponerlas en los consejos de administración para construir una
sociedad más justa… Y en cambio aún provocan urticaria, como las ortigas, que
al igual que ellas tienen también grandes virtudes y son muy beneficiosas para
la salud. Que de entre todos los mundos profesionales sea el de la cultura
aquel en el que menos simpatía suscitan las cuotas, lejos de ser una virtud, no
es más que una señal de la poca cultura igualitaria que este posee. Las más
alarmantes cifras de la desigualdad están en la cultura, eso es incontestable y
altamente preocupante si queremos construir un país maduro asentado en una
democracia sólida.
Y es por eso, por si puede resultar útil, que me aventuro a lanzar
esta definición de “cuota invisible” en tanto que facultativa, optativa o no
impuesta por ningún órgano de poder externo, mas impelida a existir sin embargo
por la presión social y el sentido común. Y es que, queridas y contadas
académicas, sin las cuotas invisibles ninguna de Uds. estaría en la RAE. Porque
vamos a ser sinceros: una cosa son las cuotas por decreto (más que lícitas
cuando son necesarias, y enormemente útiles en la consecución de la igualdad) y
otras las cuotas que emanan del pueblo, o lo que es lo mismo, de una sociedad
que viendo como se ejerce sin ningún disimulo el machismo más irredento azuza y
empuja para que de la existencia de una académica en 1978 hayamos pasado a ocho
en 33 años; no es mucho, pero podía ser peor. Lo que sí está claro es que sin
democracia la RAE hubiera seguido como estaba en tiempos de Franco: sin lavabos de
señoras, reales o simbólicos. Y es que al pueblo hace ya muchos años que no se
le alimenta sólo con pan y circo, por lo que mucho tendría que cambiar todo
para que en los años venideros el porcentaje de académicas no fuera in
crescendo.
Dicho esto, no sé si desde su probada lucidez Carme Riera será capaz
de imbuir a sus colegas de la RAE del espíritu igualitario que corresponde a
cualquier institución pública en estos tiempos, pero hay que admitir que algo
se está moviendo en la RAE, sin cuotas impuestas y con cuotas invisibles.
Cuanto menos, además de ser todo un Messi
de las letras, su último fichaje es, para alegría de todas y
todos, mujer.
Article escrit per Mª. Ángeles Cabré, escriptora i crítica
literària Publicat a La Independent
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