Marina Subirats |
Article de Marina Subirats, Catedrática Emérita de Sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona, publicado en Publico.es
La lectura de la propuesta económica de
Podemos, “Un programa económico para la gente” suscita diversas reflexiones de
fondo. Los aspectos que trata son diversos, pero quiero comentar aquí uno de
ellos que hasta ahora no he visto que destacara en ningún comentario. He aquí,
por fin, una propuesta económica inclusiva, no sólo de la gente, en general,
tal como apunta su título, sino —y ello es sumamente raro— de los intereses y
necesidades de las mujeres. Una propuesta que realiza lo que en términos
técnicos denominamos “transversalización de género”, concepto que significa que
no ha sido pensada exclusivamente desde una óptica masculina a la que se ha
añadido alguna medida, algún guiño dedicado a las mujeres, sino que parte ya,
en toda su concepción de la economía, de las aportaciones que hacen hombres y
mujeres, en sus diversas modalidades, y de los recursos y formas de
organización necesarios para que tales aportaciones puedan producirse.
Algo sumamente raro, como digo. Algo por lo que las mujeres debemos
felicitarnos: por fin alguien toma en serio nuestras reivindicaciones y las
universaliza, es decir, las trata como un elemento indispensable al formular
una propuesta económica innovadora. Por fin un programa económico menciona la
importancia del cuidado y del trabajo doméstico, su carácter indispensable para
la vida humana, la necesidad de que tales tareas sean compartidas en forma
igualitaria entre hombres y mujeres, que sean consideradas también desde un
punto de vista económico, tanto para generar empleo como para recibir apoyo. La
incorporación masiva de las mujeres al trabajo profesional ha sido una fuente
de riqueza que explica gran parte del crecimiento de los últimos decenios; pero
el hueco que ello ha supuesto para las tareas reproductivas y de cuidado nunca
ha sido seriamente considerado: era tarea de las mujeres, de su esfera privada,
no tenida en cuenta en el mundo público. Ello nos ha llevado a la doble
jornada, a la doble responsabilidad, al excesivo cansancio. Es hora de
aflorarlo y hacer visible aquella máxima sabia: “Lo personal es político”.
Reivindicaciones, pues, que no son exclusivas de las mujeres, pero que surgen
de nuestra experiencia y reflexión: el mejor aprovechamiento del talento
femenino, la urgencia de la creación de servicios, como por ejemplo una red de
guarderías con carácter universal, la existencia de permisos parentales
igualitarios, el rechazo de los contratos temporales sólo para mujeres, el
reparto del trabajo remunerado de modo que hombres y mujeres tengan sólo una
carga de 35 horas semanales, para poder así compartir el cuidado familiar, etc.
Cuestiones no resueltas que nos han conducido a la dificultad creciente para
ser madres: el 1,2 criaturas por mujer en edad fértil al que ha llegado la
sociedad española muestra a las claras que, o encontramos soluciones
colectivas, o vamos directamente camino de la extinción y de la dependencia de
la inmigración.
La algarabía que se ha producido a partir de la presentación de este documento
está impidiendo un indispensable debate en profundidad de las medidas
propuestas. De lo que se trata, aparentemente, es de que a nadie se le ocurra
reflexionar seriamente sobre ellas, sino que su total descalificación impida su
consideración. No fuera caso que las encontráramos razonables y aumentara aún
más rápidamente una intención de voto que crece como la espuma.
Y, sin embargo, la situación de España es suficientemente grave como para que
se produzca este debate sobre por dónde deben discurrir los derroteros
económicos en los próximos años. Guste o no a los grandes partidos que han ido
alternándose en el poder en la etapa democrática, estamos ante un cambio de
actores y de reglas de juego: no sólo la globalización, sino también los
avances en la información y la creación de redes sociales impulsan estos
cambios, y es ya evidente que quien quiera frenarlos quedará atrás, en un plazo
de tiempo impredecible, pero probablemente no muy largo. Aunque, evidentemente,
las resistencias al cambio serán también no sólo las habituales, sino
especialmente duras, dado lo mucho que van a perder los grupos sociales que en
los últimos tiempos han conseguido dominar la escena mundial. Y teniendo en
cuenta también la potencia de los medios de los que disponen para tratar de
conservar sus privilegios. Así que, en lugar de lanzarnos a descalificar las
propuestas innovadoras y a quienes las formulan, mejor sería que nos pusiéramos
a trabajar para ver su conveniencia y viabilidad.
La propuesta de Podemos no me parece en absoluto un documento revolucionario.
Apunta, ciertamente, a cambios en profundidad, sobre todo a cambios de criterio
respecto a lo que debieran ser las prioridades de la actividad económica, y en
este sentido marca una ruptura con los programas al uso. Pero partiendo de
bases que teóricamente tan sólo un insensato puede negar hoy: la necesidad de
reducir las desigualdades, de preservar la naturaleza, de poner la economía al
servicio de las personas, no de las ganancias. ¿Quién puede negar que estos son
precisamente los objetivos adecuados para la actividad económica e incluso para
las políticas que la regulen?
Dos formas de ataque se han suscitado inmediatamente: el ataque personal a los
líderes de Podemos y a los economistas que han formulado las propuestas, por
una parte. Típicos ataques “ad hominem” cuando flaquean las razones. Y otro
tipo de ataques, aparentemente más técnicos, consistentes en decir: ¿de dónde
saldrá el dinero para realizar este programa? Y en argumentar que tales medidas
económicas suponen un peligro para la inversión de capitales en el país, y por
lo tanto no puede sino abocar al desastre.
Dejando de lado el primer tipo de ataques, indignos pero poco inteligentes, que
en general contribuyen a desacreditar a quienes los formulan, veamos que ocurre
con el segundo tipo. Derivan de la lógica en la que la ganancia capitalista
ocupa el lugar de la religión en sociedades del pasado: algo trascendente,
intocable, eterno, más allá del bien y del mal, una ley natural que no admite
discusión. La misma que ha sido invocada durante todos estos años de crisis
para recortar los salarios sin piedad, reducir plazas en el sector público y
destruir pequeñas y medianas empresas. Todo para respetar una ley del capital
que, en caso de ser conculcada, no permitiría crear empleo. Con el catastrófico
resultado de todos conocido.
Si algo tienen de revolucionario estas propuestas es que operan desde el
sentido común, desde un territorio liberado de la contaminación mental que ha
producido el neo-liberalismo, que nos ha llevado a razonar sólo en función de
unos parámetros repetidos machaconamente hasta la saciedad, hasta anular la
capacidad de raciocinio. Porque, dicho llanamente, ¿podemos admitir realmente
que se hizo el hombre para la economía, o más bien la economía para el hombre?
¿Cómo hemos podido llegar a admitir que, superadas las etapas escatológicas, el
capital y su acumulación hayan venido a ocupar el puesto mismo de los dioses en
la escala de las finalidades humanas?
Pues bien, parece claro que la economía se hizo para el hombre, y no a la
inversa. Y quizás incluso para la mujer. Hay que felicitar a los autores que hablan
de la gente, y hacen un programa económico no sólo para “la gente”, y también
para las mujeres.
Hay que felicitar a Podemos por haberlo impulsado y por
tratar de llevarlo a la realidad. Y hay que pedir a las mujeres que se informen
sobre estas propuestas, las discutan y mejoren, porque, efectivamente, otra
sociedad comienza a ser posible si nos ponemos a ello. Al tiempo que hay que
advertir que esta vez las mujeres no vamos a aceptar que todo quede en
palabras, sino que exigiremos medidas concretas reales, más allá de las leyes y
los discursos con los que algo hemos avanzado, pero no lo suficiente para
llegar a la forma de convivencia que necesitamos.
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