El Parlamento de Cataluña ha rechazado la propuesta del Partido Ciudadanos de prohibir el burka y el niqab en los espacios públicos. El burka es esa vestimenta que viene de Afganistán, de color gris o azul claro que cubre a las mujeres hasta los pies y que pesa varios kilos. Se ajusta a la cabeza con un anillo forrado de tela que se encaja en la frente con fuerza y tiene una rejilla de cuatro o centímetros de ancho por diez de largo a la altura de los ojos para que la víctima pueda ver donde anda, cosa que no siempre consigue. Son conocidas las caídas de las desdichadas que se ven obligadas a vestirlo. El niqab es un sudario negro que tapa todo el cuerpo y la cara excepto los ojos. Ataúdes de tela para mujeres que están apartadas de toda vida laboral y pública.
Lidia Falcon |
Y los demás partidos democráticos del Parlamento de Cataluña se pusieron de acuerdo, ellos que tantas diferencias muestran entre sí, para oponerse a la propuesta de Ciudadanos. CiU, PSC, IC-Verds, ERC, votaron en contra, el PP se abstuvo. Diríase que la protección de las mujeres es una de las tareas que más les repugnan. Y lo afirmo después de haber visto y oído, con extremada paciencia, todas las intervenciones de los parlamentarios y, ¡oh, decepción!, parlamentarias.
En general los términos empleados por sus señorías para negarse a apoyar la prohibición son los habitualmente utilizados por la clase política —la casta que llaman los italianos— para negarse a ayudar a los ciudadanos necesitados de protección: "el proyecto de ley es demagógico y populista...hay que tratar el tema con seriedad, prudencia, valentía... no se puede hacer campaña partidaria... es oportunista y contradictorio". No faltaron tampoco argumentos ridículos como los utilizados por Miquel Iceta comparando el burka con el casco de motorista, el relato insólito de un texto literario de Ramon Llull de Glória Renom la parlamentaria de CiU, y el de Marta Ribas de IC asegurando que ella únicamente había visto mujeres con burka en las tiendas de lujo. Supongo que para Ribas el que una mujer pueda comprar en esas tiendas la invalida para recibir protección en defensa de su dignidad de persona.
Por supuesto, los diputados y diputadas encontraron argumentos jurídicos para rechazar esa propuesta de modificación de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa de 1980 -¿cómo no van a tenerlos los legisladores que se complacen en inventar leyes solo para fastidiar a los ciudadanos?. Posiblemente la moción no estaba bien formulada, y lamento que los diputados que la redactaron fueran tan torpes, pero ninguna de las señorías que se opusieron explicaron por qué no cabía en la Ley de Libertad Religiosa, ni por qué era contradictoria con propuestas que en alguna otra ocasión, al parecer, han hecho los de Ciudadanos, y que deben de ser su pecado mortal, ya que les inhabilitan para siempre para proponer cualquier nueva medida. Porque en realidad los parlamentarios no hablan para los simples mortales sino para el selecto y reducido círculo de los elegidos que se reúnen en el hemiciclo, y por tanto todos saben a qué se refieren en cuanto mencionan las claves que todos conocen.
Resulta que tanto el Tribunal Supremo como el Consejo de Europa prescriben la imposibilidad de la prohibición, amparados en la supuesta defensa de la libertad religiosa, pero tales recomendaciones y sentencias no han influido un ápice en la voluntad de los legisladores franceses, belgas, holandeses, que no permiten la exhibición en la calle ni en las instituciones de esos fantasmales seres ocultos como si de monstruos se tratara, que deben de ser tapadas para no excitar la lujuria de hombres en un alto grado de excitación.
Una de las geniales viñetas de El Roto, dibuja una selecta reunión de políticos. El orador explica: "Intentar aliviar la vida a los ciudadanos es populismo...lo ortodoxo es amargársela". Y eso es en lo que se esforzaron con gran interés todos los parlamentarios, menos los de Ciudadanos, a quienes les corresponderá para siempre el honor de haber intentado ayudar a las desgraciadas que penan bajo el burka y el niqab.
Por supuesto, ninguna de las señorías declaró sinceramente que la situación de las mujeres obligadas a vestir esos sudarios no les importaba lo más mínimo. Todos afirmaron, algunos con gran energía como Marta Ribas y Pere Bosch, que lo que más les preocupaba era la situación de la mujer. Ribas llegó a afirmarse como feminista y ¡que pena que no pueda prohibirse usar el nombre de feminista en vano! Pero, añadieron, la prohibición es contraproducente porque recluirá a las mujeres en casa. En consecuencia tampoco debe inducirse a las mujeres a denunciar el maltrato ya que pueden producirse represalias.
La solución, si es que realmente alguno ha pensado en solución alguna a esa vergüenza del siglo XXI, es la educación -término mágico repetido hasta la saciedad por quienes nunca se han preocupado por la situación de discriminación femenina- con la que resolveremos todos los sufrimientos de las mujeres: maltrato, violaciones, ablación del clítoris, feminicidos. Si no fuese patético el tema podríamos recordar la burla de Don Juan: "¡Si tan largo me lo fiáis!"
Y sólo desde el cinismo se puede fiar a la educación la resolución de tragedias como las que afectan a las mujeres, porque desde hace varias décadas, en que el problema se ha hecho público, ningún partido político ha tenido el menor interés por abordarlo. No hemos visto que los sistemas educativos, los programas escolares, los seminarios, los congresos, las conferencias, las jornadas, la asistencia social ni las campañas de los medios de comunicación, hayan introducido contenidos que anatemicen el burka, ni el niqab, ni el hiyab, ni el velo. Más preocupados siempre nuestros políticos, nuestros maestros y nuestros periodistas por no enfadarse con los hombres de las comunidades musulmanas, o por no ser tildados de racistas o xenófobos, que por defender a las mujeres.
Ribas preguntaba provocadora a Karina si había hablado con las mujeres de los grupos musulmanes de Cataluña. Pues yo sí, yo sí y mis compañeras de tantas batallas también, y hemos publicado lo hablado y lo escrito -cuando lo hacen ellas ha de ser bajo seudónimo porque pueden matarlas- y TODAS cuentan, cuando se atreven, que nunca visten esas prendas por gusto sino obligadas por las imposiciones de una cultura regida por la casta de hombres misóginos que la dominan. Nacen en el seno de familias, cuyo patriarca dirige y manda, que a los siete años las ocultan bajo los ropajes que las invisibilizan y allí siguen, a veces casadas a las doce años, hasta la muerte.
Lo más insólito fue que Dolors López, representante del PP, que se manifestó de acuerdo con el objetivo de la propuesta de Ciudadanos, e incluso lo defendiera en su discurso, se abstuviera en la votación y ni siquiera prometiera que su partido iba a enmendar los errores de procedimiento que según ella habían cometido los proponentes, para que esa prohibición se hiciera realidad. Legislación que dado que el PP ha gobernado durante ocho años, desde 1996 hasta 2004 y que ahora lleva en el poder 18 meses, podía perfectamente haberse aprobado de manera correcta.
Porque lo único cierto es que solamente los grupos feministas estamos denunciando esta salvaje imposición del burka y del niqab desde hace décadas. ¿Quien se va a ocupar de librar a esas mujeres de semejante suplicio? A pesar de las arrogantes afirmaciones de Marta Ribas todos sabemos que no serán los servicios sociales que apenas tienen recursos, y mucho menos para visitar casa por casa los barrios de emigración. No serán las escuelas que no tienen posibilidades de instruir a hombres y mujeres adultos sobre los derechos humanos y que en algunas ocasiones han permitido que niñas de once años acudan a clase con la cabeza envuelta en un pañuelo como si sufrieran tiña. No serán los medios de comunicación a quien este tema siempre les parece divertido. No son los políticos a quienes cuando se les presenta ocasión aprovechan para manifestarse a favor de la libertad religiosa.
Pero este es no es un tema de libertad religiosa. En primer lugar porque esa libertad no es absoluta. Si así la entendiéramos tendríamos que aceptar la poligamia, y hasta la ablación del clítoris, la infibulación, los asesinatos por honor o la desfiguración del rostro con ácido, conductas todas estas que se usan por ciertos grupos religiosos para castigar a las mujeres. Me dirán que estas agresiones afectan a su integridad física, pero es que el burka y todas sus variantes también afectan a su integridad física y psíquica. Las mujeres que deben andar mirando el mundo a través de una rejilla acaban con visión reducida, se caen a menudo, no pueden trabajar ni estudiar ni participar en actividades sociales. Están recluidas en un mundo de encierro, de segregación femenina, de imposibilidad de socializarse, que provoca la más baja autoestima, la destrucción anímica.
Este tema no constituye un debate religioso sino sobre la dignidad y la libertad de las mujeres. Quienes se escudan en ese argumento es porque no les interesa implicarse en eliminar la discriminación de esos colectivos de mujeres y acabar con una situación que ningún hombre aceptaría para sí sin rebelarse, que ninguno de los parlamentarios y de las parlamentarias desearía para sí ni para sus hijas y que motivaría encendidas protestas de los defensores de derechos humanos.